Uso una talla 35 de pie. Me dicen que tengo los pies muy pequeños. Siempre me cuesta encontrar personas que me puedan dejar su calzado. Me veo obligada a buscar el mío en tiendas en las que me miran incrédulos cuando pido unos zapatos de mi talla, pero que también sean de adultos. “No lo tenemos”, “a lo mejor en la sección de niños”, “justo se nos acaba de terminar”.

Sin embargo, y por alguna extraña razón, nunca me ha costado ponerme en los zapatos de los demás. Los he visto muy grandes, también mucho más pequeños. De todas las formas y colores. Y aunque me sobresalga media planta, consigo caminar. Aunque toque en la punta de los zapatos y no consiga palpar mi dedo pulgar. Aunque tenga que llevar doble calcetín y amarrarlos bien fuerte con los cordones. Siempre encuentro la manera de llevar los zapatos de los demás.

¿Que si es algo cómodo? No del todo. He crecido pensando que eso es lo que debo hacer. Adaptarme a los demás, tener en cuenta sus sentimientos, decisiones e intereses. No enfadarme cuando más lo necesito, porque la otra persona tenía sus razones. Me paso los días llevando zapatos que no me sientan bien, que me dificultan el caminar. Que me hacen agachar la cabeza y tener que recolocármelos a cada paso que doy. A veces hasta se me olvida que uso una 35 de pie.

No es un zapato fácil de encontrar. Por eso, muchas veces tengo que llevar otros. Unos más impacientes, más exigentes. Zapatos lentos, rápidos, sin inteligencia emocional. He llevado zapatos holgados, pero también he sentido la presión en mis pies por haber cogido los de la sección de niños. He sentido que mis pies necesitaban respirar y no podían. O que no podían caminar a su ritmo porque arrastraban demasiado peso. Demasiado espacio. O tal vez muy poco.

Uso una 35 de pie, pero a veces se me olvida que existen zapatos de mi talla. Me conformo con saber que las demás personas están cómodas, están bien. Incluso si me ven cojear. Al final del día tengo dolores, callos y heridas.

No. Definitivamente no es cómodo. La empatía es una cualidad del ser humano que tiene que estar presente para vivir en sociedad, para poder ser aceptado. Pensar en los demás, quererlos como hermanos, comprender que puedan tener malos días. Llevar sus zapatos, pero siempre con una sonrisa en la cara.

“No, Marta, no digas nada. Tal vez les moleste saber que sus zapatos no te resultan cómodos. Tal vez, si lo supiesen, dejarían de verte como te ven. Dejarían de querer compartir tiempo contigo. ¿Y si te quedas sola? Empatía, Marta…empatía”. Voy pisando huevos en un terreno en el que siempre temo hacer las cosas mal. “¿Qué pensarán de mí si no les tengo en cuenta? ¿Si me dejo sentir y vivir de la manera que yo considero correcta, de la manera que me hace sentir bien?”

He vivido mi propia vida siendo un personaje secundario en ella. Siempre tratando de contentar a otros posibles protagonistas. Siempre llevando otros zapatos, porque en mi historia no soy lo suficientemente importante como para que existan tiendas de zapatos que vendan mi talla.

Tengo los pies pequeños, porque soy una persona pequeña. Una persona que no necesita ocupar mucho espacio. De las que van en el asiento del medio cuando el coche está lleno. De esas que no te van a molestar si se ponen delante de ti en un concierto. Aunque yo tampoco sea capaz de ver.

Soy una persona pequeña, por lo tanto, no merezco un lugar para mí. Puedo compartirlo. En mi espacio cabemos todos, pues yo no lo relleno en su totalidad.

A veces me gustaría poder volver a verme, no como una protagonista, pues esos personajes tienden a una prepotencia que yo no podría sostener a la vez que mi conciencia y moral. Pero sí como un personaje más de la historia. Tal vez salir en algún lado del cartel de la película. Eso no estaría nada mal.

Simplemente verme. Aplicar esa capacidad de flexibilidad y adaptación a mis propios pensamientos e intereses. Por un momento, que toda esa empatía que siento por los demás pudiese verme en un espejo y considerarme tan persona como el resto. Por un momento, solamente unos minutos… escucharme. Entenderme. Sentirme. Quererme. Pues no tiene sentido empatizar con los demás si no llegas a comprender tus propias emociones. No tiene sentido gastar toda tu energía en querer descifrar las necesidades del resto si las tuyas están vacías. Completamente olvidadas en el cajón de objetos perdidos que sabes perfectamente que ya nadie mira.

Uso una talla 35 de pie. Y a veces me gustaría ser zapatera para poder hacer mis propios zapatos y caminar así por la calle con mi propia esencia. Empatizar con los demás teniendo en cuenta quién soy yo. Tal vez, ponerme sus zapatos un rato, para comprender cómo es caminar sin los míos. Pero que los míos me acompañen también allá a donde yo voy. Porque, aunque sean pequeños… siguen siendo perfectamente válidos para ayudarme a continuar mi camino.

 

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