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Me gustaría hoy hablar contigo de educación. O de educar. El asunto empieza con dos encuentros.

Bueno, en realidad empieza con Maya y Zar. Me explico.

Me encanta disfrutar de la naturaleza. Me ayuda a conectar conmigo y cargar las pilas. Y en la ciudad lo que más me acerca a ella son los parques. Y hay algunos de los que disfruto más habitualmente con mi perro. En uno de esos paseos, me encontré con Maya. Maya era una perrita juguetona y sociable que se acercó corriendo hacia mi perro Juneau. Ambos ya se conocían de alguna otra vez.

Tras los preceptivos olfateos y tanteos de presentación, ambos se pusieron a corretear, olisquear y saltar. Maya venía con Ana, su dueña. Mientras ambos andábamos detrás de nuestros perros (es cierto eso de que son ellos los que nos sacan a pasear), Ana me contó que era profe. Llevaba años dando clase de francés en un colegio. Era tutora y, en su manera de hablar de los chavales a los que daba clase, puede reconocer cierta apagada ilusión.

“Es duro esto de dar clase, y nadie lo imagina”, me dijo. “Aunque también es muy bonito”. “También soy profe”, le dije, y ella, cómplice, sonrió y me dijo, “hombre, entonces sabes de qué estoy hablando”… Tras unos minutos hablando de nuestros alumnos y lo bonito de acompañarles, verles crecer y cambiar, la conversación se fue deslizando, bien por desahogo, bien porque no estaba muy convencida de que yo lo supiese de verdad, hacia la lista de aquello que la desanimaba. Y la lista era larga y pesada y terminaba con un cartel, como los que se ponen encima de algunas puertas, que avisaba: “No hay salida”. Lo decía resignada, mientras Maya se restregaba el lomo en la hierba observada por mi perro. “En fin, me gustaría disfrutar como antes con lo que hago”, sentenció al irse.

Zar es otra historia. De ese mismo parque. Husky como mi perro, se conocen desde cachorros. Son compañeros de aventuras y de alguna que otra escapada a investigar.

Alberto, al que su perro igualmente le pasea por el parque, es profe también. En la universidad. Acompaña en el máster de profesorado a aquellos que sueñan con el camino de educar.

“Ya quisiera yo haber sabido todas estas maneras innovadoras de dar clase cuando comencé”, me decía un día sin quitar ojo a lo lejos al lomo gris y blanco de Zar. “Ahora conocen muchas más técnicas y modelos pedagógicos para poder aplicar. Es más fácil ahora ser un buen profesor”. “Aunque – añadió despacio – quizá lo que ahora haga más falta sea ser un buen educador. Acompañar a los alumnos en su proceso de desarrollo y maduración. Y para eso hace falta un proceso propio de desarrollo y autoconocimiento,” afirmó.

Maya y Zar me trajeron a Ana y Alberto, y os los traigo aquí porque creo que lo que ambos (sus dueños) viven tiene relación.

A Ana y Alberto les he vuelto a encontrar en otras ocasiones. Les comenté que, además de profe, soy Coach. Y hablamos sobre lo que el Ccoaching en educación aporta para lograr lo que cada uno buscaba.

¿Coaching en Educación?

Sí, verás. El coaching aplicado en el ámbito educativo aporta, entre otras cosas, consciencia, aprendizaje y crecimiento. A todos: alumnos, profesores, padres y equipos directivos.

¿De qué manera? Veamos.

  • Ayudando a aumentar la sensación de posibilidad. El coaching cree en el cambio. En el aprendizaje continuo desde una filosofía que se basa en la confianza básica en la persona. Por eso aporta esa sensación de que el cambio es posible. Apoyado en hechos, además. Ayudando a concretar esos sueños en objetivos concretos y medibles. Objetivos que te ayuden a caminar paso a paso hacia esa ilusión, deseo, vocación o camino soñado. Ayuda a recuperar la ilusión por educar, a ser consciente de que el proceso educativo es relación: me relaciono como educador con el aula, los alumnos, los compañeros, los padres, con el hecho de dar la clase. O como alumno con el propio aprendizaje, mis compañeros, mis profesores, etc. Me enseña a enfocar en la retroalimentación que toda relación conlleva, la forma en la que nos relacionamos con todo ello desde el valor que le damos y su influencia en mi propia valoración personal como educador o estudiante. Aportando escucha a las necesidades y comprensión hacia los procesos. Integrando desde ahí el sentido de las metodologías innovadoras.
  • Ayudando a aumentar la sensación de conexión.
    Nos pone en marcha desde una actitud proactiva. En pos de lo que deseamos para nuestros alumnos y para nuestro ser como educadores o padres. Y lo hace ayudándonos a ampliar la mirada, elevándonos para comprender las conexiones, la interrelación de las partes de ese conjunto que es educar. Nos ayuda a mirar el entretejido, la interdependencia para comprender aquello que nos pasa en las clases, en el centro, en mí mismo. Y nos enfoca, desde ese lugar, a crear relaciones constructivas desde una mirada más amplia. Alberto intuía la necesidad de acompañar los procesos de crecimiento de los alumnos desde el propio repensar el lugar pedagógico del educador en el aula. De manera general y con cada alumno en particular.
    El Coaching en educación nos ayuda a conectar con nosotros mismos, con nuestros recursos internos, con los aprendizajes y fortalezas. Nos aporta descubrimientos para gestionar el día a día del aula, del centro educativo, poniendo en juego competencias aprendidas y llevadas a la práctica concreta.
  • Ayudando a aumentar la sensación de autoprotección.
    Ana necesitaba cuidarse. Autocuidarse. Dedicarse tiempo para sí misma. Todos necesitamos de vez en cuando hacer silencio interno, cargar las pilas. Educar conlleva mucho de darse, de entregarse. Y como en muchas otras profesiones de ayuda, con frecuencia se olvida aplicarse eso uno mismo. Silencio para observarse. Observar nuestros “movimientos” interiores. Y poder cambiar los automatismos que nos llevan a repetir irremediablemente soluciones que ya no nos valen con nuestros alumnos, compañeros, en nuestras relaciones. Y que nos abocan al desánimo, la queja o el enfado, dejando un poso de cierto desaliento. Es el camino del crecimiento personal. El coaching nos ayuda a asomarnos dentro de nosotros mismos para afianzar los cambios deseados. Y desde ahí poder ser consciente de nuestros círculos viciosos, de esos pensamientos que generan emociones que nos llevan a actuaciones con resultados que no queremos. Aprender a gestionar el estrés propio del educador, o del estudiante, o del directivo educativo. Y saber gestionar las emociones generadas por el día a día, cultivando una mirada de compasión y cuidado de uno mismo y del otro que nos ayuda a vivir en el momento presente.

Y a todo esto colabora el Coaching en Educación. Nos ayuda y da herramientas para emprender desde ahí nuevos caminos, o mejor, caminar desde nuevos lugares.

Educar es una vocación maravillosa e ilusionante. Educar incluye instruir o enseñar, pero va más allá. Es acompañar, desde la confianza básica, la flexibilidad y la escucha, al crecimiento y desarrollo de la persona. Y esto es contemplar un algo de misterio, de aventura en la que cada final es diferente y único, sin guiones previos aprendidos. Alberto tiene razón: hoy conocemos técnicas, métodos pedagógicos, y tenemos instrumentos tecnológicos a nuestro alcance, que nos pueden ayudar a mejorar ese proceso de enseñanza. Entonces, ¿qué es lo que hace que profesor@s como Ana estén tan desilusionados? Pues la carga lectiva, la exposición continua a alumnos y padres, las exigencias de formación continua, el estrés propio de la profesión, la sensación de soledad o cierta incomprensión, la tensión emocional que todo esto produce y la falta de una formación que ponga las bases para afrontar todo ello desde otro lugar.

El Coaching en educación ofrece el sustento y apoyo necesario para afrontar, desde la práctica y con red de seguridad, todo ello. Nos brinda, además de unas herramientas, una filosofía de vida como fundamento e inspiración para todo el proceso educativo. Nos ayuda a conectar con el sentido o el “para qué” del nuestro hacer como educadores.

 

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