Dicen que el tiempo es oro, pero en realidad es aún más valioso: es un recurso único y finito. Como bien señaló el filósofo Teofrasto en la antigua Grecia, es “lo más preciado que un hombre puede gastar”. Igual que los recursos naturales, el tiempo debe ser usado con cuidado y consciencia, puesto que no puede acumularse, renovarse ni intercambiarse, cada instante que pasa es irrepetible y no puede ser recuperado.

El tiempo, ese recurso tan extraño y esencial, parece haberse perdido en el ritmo frenético de la vida moderna. Nos hemos desconectado de su verdadero valor, atrapados en una obsesión por la productividad y en constante lucha a contrareloj. ¿Qué pasaría si pudiéramos recuperar esa conexión perdida? ¿Si gestionáramos nuestro tiempo no para hacer más, sino para vivir con mayor intención y propósito?

1. La naturaleza del tiempo

El tiempo es más que una medida para marcar la distancia entre eventos. Desde las primeras civilizaciones, la relación de la humanidad con este indicador ha sido una constante fuente de reflexión. Ya en el antiguo Egipto, las civilizaciones entendieron el paso del tiempo y su naturaleza cíclica, creando el primer calendario solar para organizar sus cosechas. Culturas de todo el mundo crearon sistemas para medir este recurso basados en los ciclos naturales, integrando la vida humana con el flujo orgánico de los días.

Otra de las civilizaciones que contempló el significado del tiempo fueron los griegos. En su mitología, Cronos representaba el tiempo lineal, aquel que avanza inexorablemente. Con su guadaña y su reloj de arena, simbolizaba la dualidad de este: una fuerza que devora todo, pero que también recompensa la paciencia y la constancia. Esta visión nos recuerda que el tiempo no es solo una medida práctica, sino también una magnitud cíclica y profundamente ligada a nuestra experiencia personal.

2. Nuestra relación actual con el tiempo

Con el paso de los siglos, el tiempo se fue mecanizando. La evolución del reloj, con cálculos cada vez más precisos, y nuestro actual calendario gregoriano, nos han llevado a ser más rigurosos con su medición, creando un sistema de control, perfección y horarios estrictos que nos han desconectado de su ritmo natural. Hoy lo entendemos principalmente como una herramienta para medir y optimizar nuestras actividades diarias, pero nos hemos desconectado de su naturaleza. Creemos que “gestionar el tiempo” implica hacer más en menos, cuando en realidad se trata de darle espacio a lo que verdaderamente importa.

3. El valor de reconectar con el tiempo

Para vivir con propósito, es necesario replantear nuestra relación con este curioso instrumento. Al igual que los ciclos de la naturaleza, el tiempo tiene sus propios ritmos: es el pulso de la vida, un reflejo de la naturaleza que también reside en nosotros. Basta con detenernos a escuchar el latir constante de nuestro corazón para recordar que esos ciclos están intrínsecamente ligados a nuestra existencia. No se trata de medir el intervalo entre latidos, sino de comprender e interpretar su significado.

Para entender el tiempo y su naturaleza, podemos apoyarnos en herramientas como los calendarios. Los calendarios lunares, que reflejan las fases de la luna, nos invitan a aceptar que somos seres en constante transformación. Igual que la luna pasa de vaciarse a brillar en su plenitud, nosotros también necesitamos momentos de pausa para recargar energías y florecer. De manera similar, las estaciones del año nos enseñan sobre la importancia de los ciclos: el invierno nos invita al descanso y la introspección, mientras que la primavera simboliza el renacimiento y la acción.

Culturas como la maya también nos ofrecen perspectivas diferentes. Su calendario Tzolkin representaba el tiempo como una espiral, enfatizando que cada ciclo nos da la oportunidad de evolucionar y crecer. Bajo esta visión, el tiempo no es algo que simplemente “pasa”; es un recurso que, si lo entendemos y respetamos, nos ayuda a florecer y construir una vida con sentido.

4. Una nueva manera de vivir el tiempo

Gestionar el tiempo no se trata de buscar ser más eficientes, sino de escuchar nuestros ritmos, respetar nuestros momentos de pausa, de silencio, de vacío, que son esenciales para llenarnos de energía. Es aceptar el invierno de nuestro propio ritmo, nuestra fase negra, encontrar un equilibrio entre el descanso y la acción. Esas pausas nos abren el mundo de las posibilidades, al cargarnos de serenidad y calma para poder priorizar lo que realmente nos llena y nos da alegría. Espacio para crecer y avanzar hacia nuestros sueños.

Vivir con intención implica esa pausa, detenernos para poder reflexionar y calibrar la dirección. Haciéndonos preguntas como: ¿qué es lo que realmente quiero priorizar? o ¿qué es importante para mí? pueden ayudarnos a encontrar orientación. Solo cuando paramos y observamos somos capaces de diseñar una vida que refleje nuestras prioridades, eliminando las distracciones que nos drenan sin aportarnos valor.

5. Conclusión

El tiempo es un recurso que puede ayudarnos a construir una vida más plena. Reconectarnos con su naturaleza cíclica y subjetiva nos permite darnos espacios necesarios para reflexionar y enfocarnos en vivir con mayor presencia. Porque no se trata de cuánto hacemos, sino de qué tan bien dedicamos tiempo a lo que realmente importa.

Almudena Comas Molina es creadora de La Papesse, un proyecto que combina astrología clásica, calendario maya y coaching. Su misión es acompañar a las personas a reconectar con su identidad para vivir de manera auténtica y presente, explorando diferentes caminos de autoconocimiento y crecimiento personal.

 

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