Cuando nació Luna, era el mes de diciembre y las nubes ocultaban el sol.
Tenía una preciosa carita redonda que iluminaba a cuantos había a su alrededor.
Luna exploraba el mundo con curiosidad llevando sus risas y su pasión por doquier.
Sin embargo, a medida que fue creciendo, las penas y el dolor fueron desdibujando la alegría de su corazón. Aunque ella se esforzara por continuar regalando sonrisas a su alrededor.
De hecho, Luna siempre se esforzaba para que los demás vivieran felices.
Su pensamiento mágico le llevaba a creer que, si se empeñaba mucho, podría hacer desaparecer el dolor de la vida de los demás. Y cuando no lo lograba, sentía no haber hecho lo suficiente.
Pasaba el tiempo y cuando aparecía el sol, se ocultaba con esa sensación de vacío que tienes cuando sientes que te falta algo. Entonces, ocupaba su mente y su tiempo en seguir haciendo del mundo un lugar mejor. Trataba así de obtener un poco del amor que anhelaba para si misma.
Cuando por las noches se sentía sola, hablaba con sus amigas las estrellas, a quiénes confiaba su rabia, su tristeza y su soledad y les pedía que le devolvieran el calor y la alegría que no hallaba fuera, por más que buscaba.
Luna envidiaba al Sol. Él siempre brillaba alto en medio del cielo, sin que nada pareciera perturbarlo. Parecía feliz y sereno regalando luz y calor a todos los seres vivos por igual. Él nunca parecía necesitar nada y ella anhelaba sentir su luz y su calor.
El tiempo fue pasando, y Luna se ocupó tanto y en tantas cosas, que cada vez estaba más cansada. Las estrellas no parecían atender sus súplicas, no se hacían eco de sus lágrimas, y dejó de hablar con ellas.
Sin embargo, nunca dejó de buscar. Aún sin saberlo, Luna era una buscadora.
Recuerdo un frío día de invierno. Era noche cerrada. Luna se sentía sola y comenzó a buscar un juego para entretenerse. Divisó a lo lejos un planeta azul, y encontró el brillo de un reflejo sobre el agua. Comenzó a seguir el reflejo de luz que, a modo de camino, se dibujaba sobre las aguas. El camino la llevó a los pies de un viejo y sabio roble. Observó como hundía sus raíces profundamente en la tierra asentándose con firmeza, mientras que sus ramas parecían tocar el cielo con sus hojas. Tras un largo rato y cansada del juego, Luna se durmió plácidamente a sus pies acunada por la suave brisa. En sus sueños, el viejo roble la invitó a seguir con la mirada el reflejo de la luz sobre el agua, y Luna se vio a si misma. Y, para su sorpresa, por fin pudo verse como realmente era. Grande, brillante y repleta de una energía con la que cada noche, dibujaba un sendero de luz en las sombras, que regalaba a todos los caminantes que se adentraban en los misterios de la noche.
Luna también pudo mirar sus sombras, ocultas por las grietas que había acumulado a lo largo de los años. Y que, aunque antes sentía que la afeaban, ahora, al mirarlas con ternura le hablaban de la sabiduría acumulada.
El sol comenzó a aparecer en el horizonte y, lejos de envidiarlo pudo abrirle su corazón y nutrirse de su calor. Ese día, Luna despertó con el corazón lleno y con la intención de no volverse a dormir.
Hermoso. Gracias! La luz está siempre en cada uno de nosotros.
Gracias Andrea, así es. Solo necesitamos mirar en el sentido adecuado. Un abrazo y buen día.
Me he visto reflejada en la historia de esa Luna. Precioso relato colmado de esperanza Beatriz. Gracias.
Hermoso relato Bea, todos nos hemos sentido un poco Luna en algun momento de nuestra vida, aunque lo verdaderamente importante es poder darnos cuenta que poseemos una luz propia que si aprendemos a escuchar será la que nos guíe
Fantástico! Me gustaría responder a tu historia con una sobre el Sol, aunque le describes (magistralmente) alegre, lozano, radiante, orgulloso de ser «cool» quien sabe si algo le aflige en su eterno andar? Creo que si, le preguntaré.
Maravilloso, lleno de amor y consciencia, el efecto mangata y la fuerza del roble que hace ver la sabiduría que esconden las heridas… Gracias por el regalo y la inspiración que emerge de tus palabras
Gracias Amiga, me alegra mucho que te guste.
Gracias, por esa reflexión. Nunca nos debemos de olvidar de nosotros. De acudir a nuestro interior y volver a brillar.
Así es, querida Gema, la luz siempre está en el corazón. Sigamos brillando.
Me encantan los cuentos, Bea, y éste en particular, me ha parecido precioso y muy ilustrativo. Me he sentido muy identificada con Luna. Muchas gracias.
Me alegro mucho de que guste, Graciela. Gracias a ti, resulta muy inspirador que el mensaje llegue al corazón de muchas personas.
Gracias por compartir Bea, que siga esa inspiración que nos llena a todos el alma.
Espero que nos sigas deleitando con más cuentos, gracias Beatriz.
Gran cuento tanto para niños como para adultos, cuya enseñanza hay que tenerla presente cada día de nuestras vidas. Gracias por tus enseñanzas. Por cierto, a mis hijos les ha encantado.
Precioso, Beatriz, una historia de la vida misma.
Por cierto!, yo tengo una hija llamada Luna que nació en diciembre jajaja!!!