Comunicarnos con eficacia cuando hablamos con adolescentes significa poner las bases para una buena convivencia familiar. De ahí la importancia de no perder de vista y recordar algunas claves que nos pueden ayudar a mejorar la comunicación con nuestros hijos a partir de los 10-12 años.
1.- Ser conscientes de nuestro «mapa». Percibimos la realidad y la interpretamos de forma inmediata, valorándola y tiñéndola con nuestros filtros personales. Un mismo hecho puede ser interpretado y valorado de forma muy diferente por nosotros y por nuestros hijos. A ellos, por ejemplo, les puede parecer divertido y atractivo algo que a nosotros nos parece peligroso o de poco gusto (fumar, beber, hacerse un piercing…)
2.- Recordarnos que tendemos a pensar que los demás están equivocados cuando no coinciden con nuestros puntos de vista, con nuestra forma de ver la realidad.
3.- Buscar una situación adecuada y propicia para tratar problemas o conflictos, que permitan condiciones de entendimiento y de escucha. El enfado y la furia no suelen ayudar a pensar con claridad, ni a tratar el problema suscitado en el «aquí y el ahora», sino que nos puede llevar a sacar la lista de agravios, situándonos en el pasado o en lo que suponemos que ocurrirá.
4.-Nosotros somos los adultos, los que podemos poner contención y serenidad. Ser claro en el mensaje que queremos transmitir, diciendo solamente lo necesario, con claridad y con verdad, sin suposiciones ni conclusiones precipitadas.
5.-Todos tenemos una serie de mecanismos «automáticos» que, en algunas ocasiones, nos pueden dificultar una buena comunicación. Tenerlos en cuenta, tanto en nosotros mismos, como en lo que nuestros hijos nos están diciendo, nos puede ayudar a situar las cosas en su contexto y entender algunas de sus conductas:
–Polarización: las cosas solamente son blancas o negras, buenas o malas. O eres perfecto o un fracasado.
–Personalización: todo lo que los otros dicen o hacen tiene relación conmigo.
–Filtros: se magnifican los detalles negativos de una situación, focalizándonos en ellos, sin tener en cuenta los positivos.
–Culpabilidad/victimización: Me asumo responsable de todas las desgracias y problemas ajenos, o , por el contrario, los demás son responsables de todo lo que me ocurre.
–Falacia de cambio: pensar que, si presiono lo suficiente, el otro cambiará de conducta para adaptarse a mí.
6.- Focalizarme en ser la mejor versión de mí con mis hijos: Aceptarles como son, acordar unos límites claros y razonables (alianza) para nuestra convivencia, incluirles en tareas que fomenten su responsabilidad, ser exigentes y cariñosos, expresarles, sin lugar a dudas, que les queremos, escucharles… y aceptarme, con mis talentos y limitaciones.
Me ha gustado mucho el post.
Creo que empatizar con la persona que tenemos delante, teniendo en cuenta que es menor de edad y que sus inquietudes/necesidades/valores difieren de las nuestras -aquí vendría a cuento un poco eso de «la edad del pavo», aunque con matices, habría para un post entero- siendo flexibles (que no permisivo-pasivos) es fundamental.
Muchas veces, la respuesta y la reacción puede ser sorprendente de forma grata.
Saludos.